El Cielo Protector Paul Bowles
puestas eran siempre graves, su voz baja pero agradablemente modulada. Port la encontrómás parecida a una joven monja que a una bailarina de café. Al mismo tiempo, no leinspiraba ninguna confianza; estaba contento de estar allí sentado, maravillado de losdelicados movimientos de sus dedos ágiles, teñidos de henna, que cortaban las ramitas dementa y las metían en la pequeña tetera.Después de probar el té varias veces hasta encontrarlo a gusto, la muchacha tendióun vaso a cada uno, se acuclilló con aire solemne y empezó a beber el suyo. — Siéntate aquí —le dijo Port, palmeando el diván.Ella le dio a entender que ya estaba cómoda y le agradeció cortésmente.Volviéndose hacia Smail, inició una larga conversación mientras Port bebía el té y procuraba aflojarse. Tenía la sensación oprimente de que el alba se iba acercando,seguramente no faltaban más de una o dos horas, y le parecía que perdía el tiempo.Consultó ansiosamente su reloj: se había detenido a las dos menos cinco.Pero seguía marchando. Debía de ser más tarde, con seguridad. Marhnia hizo aSmail una pregunta que parecía referirse a Port: — Quiere saber si conoces el cuento de Outka, Mimouna y Aicha —dijo Smail. — No —repuso Port.
— Goul lou, goul lou
—dijo Marhnia a Smail, apremiándolo. — Cerca del
bled
de Marhnia hay tres muchachas de la montaña que se llamanOutka, Mimouna y Aicha —Marhnia asentía lentamente, sus grandes ojos suaves fijos enPort—. Salen a buscar fortuna en el M'Zab. La mayoría de las muchachas van a Argel, o aTúnez, o vienen aquí para ganar dinero. Pero éstas quieren una cosa por sobre todas lasotras. Quieren tomar té en el Sáhara —Marhnia continuaba asintiendo; seguía el relatogracias a los nombres de lugares que pronunciaba Smail. — Entiendo —dijo Port, que no tenía idea de si el cuento era humorístico o trágico;había decidido estar atento y fingir que lo saboreaba, como ella, evidentemente, esperaba.Lo único que quería es que fuese breve. — En el M'Zab todos los hombres son feos. Las muchachas bailan en los cafés deGhardaia, pero están siempre tristes: siguen pensando en tomar té en el Sáhara —Port miróa Marhnia nuevamente; su expresión era absolutamente seria. Port asintió otra vez—.Pasan muchos meses en el M'Zab y ellas siguen tristes, muy tristes, porque todos loshombres son tan feos. Muy feos, como cerdos. Y no pagan a las muchachas lo suficiente para poder ir a tomar té en el Sáhara —cada vez que decía «Sáhara», que pronunciaba a lamanera árabe, con fuerte acento en la primera sílaba, se detenía un instante—. Un día llegaun Targui alto y guapo, montando un hermoso
mehari;
habla con Outka, Mimouna yAicha, les cuenta cosas del desierto, allá donde vive, del bled, y ellas lo escuchan congrandes ojos. Después les dice: «Bailad para mí», y ellas bailan. Entonces hace el amor conlas tres y les da una moneda de plata a Outka, una moneda de plata a Mimouna, unamoneda de plata a Aicha. Al amanecer monta su
mehari
y parte hacia el sur. Desdeentonces, las muchachas están muy tristes, los hombres del M'Zab les parecen más feosque nunca y sólo piensan en el Targui alto que vive en el Sáhara —Port encendió uncigarrillo; como Marhnia lo observaba con expectativa, le tendió el paquete. Ella tomó unoy con ayuda de unas toscas pinzas alzó elegantemente una brasa. Una vez encendido, pasóel cigarrillo a Port y aceptó el suyo en cambio. Él le sonrió. La muchacha hizo unainclinación casi imperceptible. — Pasan muchos meses y todavía no han ganado lo suficiente para ir al Sáhara.Han conservado las monedas de plata, porque las tres están enamoradas del Targui. Y si-guen estando tristes. Un día dicen: «Acabaremos así, siempre tristes, sin haber tomadonunca té en el Sáhara. Tenemos que ir como sea, aun sin dinero.» Reúnen todo lo que poseen, incluidas las monedas de plata, compran una tetera, una bandeja y tres vasos y
Página 15 de 150
Dejar un comentario